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atrapada en una casita de muñecas

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    No te encierres en la casita me decía a mi misma mientras cerraba las puertas (palabra que suelo usar antes de meter la pata), y no por falta de aviso, sino por terquedad… Porque por terquedad cometemos muchos errores… Cuenta una historia que el león no se altera cuando es el cachorro que le ladra, porque aunque el cachorro pueda hacer daño, el león conoce sus capacidades, aprendí de mala forma que se espera lo mismo del ser humano, pero a veces es tal la desvalorización y el autosabotaje que si el león estuviese en esa posición, el cachorro se lo come vivo.

    Y seguimos encerrándonos…

    Creo que si la vida fuese una película de terror nos atraparan en una casita de muñecas, donde la vida sería un juego a merced de algún obsoleto, y al juego le faltaría un decimal en el puntaje de la vida, pero vivimos en una realidad donde nos atrapamos a nosotros mismos y pintamos las paredes de rosa, donde el ego pesa más que la supervivencia y a menos que la vida se debata con la muerte, al final, tarde o temprano la vida pierde. Cerré las ventanas y prendí una vela para iluminar más la mierda que encierro en los gabinetes, como si el olor no bastara para alertar  mis sentidos. Y abro una leve puertecita para que la brisa entre o la mierda salga, ya no lo sé.

     

    Todo es relativo, dije tontamente una vez, y nunca una estupidez para mi había tenido tanto sentido, y coloco un florero en la vieja casita para sentirme mejor. No creo en el destino me dijo alguien una vez y jamás entendí como no creer en la excusa perfecta para justificar los errores. Y el espíritu andrajoso que vive detrás de puerta sonríe sin emoción. A veces no sé qué se repite más, si las metidas de patas o las ganas de llorar, solo sé que donde cabe un sueño, entra un corazón, y si no vienes con él será mejor que sigas el camino porque entonces seré yo quien se habría equivocado. Y sé que quizás no me reconozcas porque cambie los matices de mi piel, pero si miras mis ojos verás que siguen siendo los mismos.

    Hace unos años monté un columpio, era verde, como los sueños que dejé en la cocina mientras me convencía amasando harina de que por más que la vida quiera ya no te dejaré entrar, pelo negro, no muy alto, agradable. Lo amaba… Luego pensé que ya tengo un muñeco de esos sentado en el desván, ¿para qué aferrarme a uno real?. Terminé haciendo pan y dándome cuenta de que no soy buena en eso. Aún debo confirmar que tan mala soy con el pan. Algunas personas suelo caerles mal por decir lo que pienso… ¿Qué pasaría si realmente supieran lo que pienso?

    Hace un tiempo aprendí a ser agradecida, porque entendí que desde que el ciego vuelve a ver, lo primero que suelta es el bastón que lo acompaño toda la vida, así como se sueltan las cosas bajo desesperación, y vamos por la vida siendo personas tristes, diciéndole a gente aún más triste que su tristeza pasará, actos de amor diría mi abuela, forma de reconfortar diría un psicólogo… como si en algún momento habríamos dejado a un lado nuestra propia tristeza y eso nos diera la autoridad para decirle al alma como actuar.

    Hay respiraciones que te evitan 30 años de prisión, la mujer que vive en el lago de la casa de muñecas te diría que no, pelo castaño, contextura media, le hace falta un poco de sol, han pasado 20 años, sale, entra, se hunde en el lago y jamás dice adiós. Tampoco creo querer que lo diga.

    La desesperación tiene cara de hereje los lunes a las 8:00 am.

    P.D: Y Duerme, y Sueña, y Despierta, y Camina, se Agota, Muere.

    Y vuelve a dormir…

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